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Lo reconozco, cuando un grafiti me gusta, le hago una foto. No me interesan los muros llenos de garabatos, tampoco aquellas pintadas doctrinarias. Me gustan las de amor, los rostros abocetados; las hechas con tiza, me entusiasman: son bellas y efímeras.

Me horroriza el sucio espectáculo patrocinado por aquellos que piensan que al manchar las paredes están haciendo «otro tipo de arte», una suerte de arte abigarrado, entre barroco y hortera, y doctrinario, un arte sucio, un arte pobre de medios e imaginación. A lo mejor, los artistas pretenden dejar para una efímera posteridad la firma con la que se identifican: nomen stultorum in ómnibus partibus est(1).

Digo yo que ya está bien, se podían pintar ellos los narices y dejarnos al resto pasear entre espacios limpios (¡ay el Ayuntamiento!), por los bellísimos lugares adornados con los colores que nos proporciona la naturaleza viva que nos rodea.
Etcétera.

El Paco Page

(1) El nombre de los gilipollas está en todas partes.